Una música tan vitalista
05.05.09
Mundo Clasico
Tres obras de Shostacovich, bien diferentes unas de otras, sirvieron de marco para la presentación en Madrid, de un joven pianista ruso que nació en 1977 en San Petersburgo, y que está llevando este programa de gira con nuestro Cuarteto Casals. Feliz iniciativa, e inmejorable calidad en lo que hemos podido escuchar.
El concierto se inició con los Veinticuatro preludios op 34 compuestos en 1932-3. Se trata, evidentemente, de una serie inspirada en los Veinticuatro preludios op 28 de Chopin, pero a partir de aquí cualquier semejanza desaparece. Se trata de piezas bastante breves: algunas no duran mucho más que medio minuto. Otras tienen mayor extensión, y la ejecución de todo el conjunto dura algo más de media hora. Es impresionante como Shostacovich logra resumir en cada preludio un clima particular: la variedad es total, y el carácter de las veinticuatro piezas no podría ser más diferente entre sí. El nº 5 ha recibido el apodo ‘de la velocidad’: pasa como un rayo con un torbellino de escalas y notas a máxima velocidad. Le sigue un Vals un poco cínico y luego el nº 7 cuya ensoñación me encantó. Hay preludios infantiles, trágicos (como el nº 14 con el apodo ‘Zoya’), líricos, juguetones, y varios valses de diferente carácter.
La versión de Volodin me pareció ejemplar. Por supuesto, tocó de memoria, y su manera de enlazar algunos preludios con los siguientes, o de esperar con un momento de silencio antes de atacar uno nuevo, para producir un clima de calma, denotó un profundo análisis de cada uno de las veinticuatro piezas. El arte de la miniatura llevado a su máxima expresión. ¡Una experiencia fascinante! Generosos aplausos premiaron la labor del joven pianista.
Luego se colocaron las cuatro sillas (sin respaldo) y sus atriles delante del piano, y le tocó el turno al Cuarteto Casals, liderado en este caso por Vera Martínez, para tocarnos el Cuarteto nº 7 op 108, del año 1960. Es un cuarteto sucinto, de tres movimientos, el más breve de su colección de quince, creado en un momento de relativa calma en la vida del compositor. Por ello, se refleja bastante menos conflictividad en esta música que en otras obras donde evoca el drama de la guerra, o de los Gulag. Hay pasajes de un lirismo muy bello, como en el dúo de los violines en el Lento central. Formalmente tiene un detalle remarcable: la reutilización de la idea expuesta en el primer movimiento en los demás. Esto hace que todo el cuarteto se presenta como una unidad y así lo entendieron los integrantes del Cuarteto Casals. Preciosa música, tocada con gran sensibilidad por el conjunto, liderado en esta ocasión por Vera Martínez. Así lo testimoniaron los nutridos aplausos al fin de la ejecución.
Después del intermedio, Volodin y el Cuarteto nos interpretaron el Quinteto op 57, del año 1940, y por tanto compuesto en plena 2ª Guerra Mundial. Y esto se palpa en esta música, que tiene pasajes trascendentalmente tristes, tanto en el Lento inicial como en el Intermezzo, que sirve de preludio al último movimiento. Este Quinteto consta de cinco movimientos, pero tanto el primero como el cuarto deben servir para pasar, sin solución de continuidad, a los siguientes movimientos. El segundo movimiento es una Fuga lenta, que termina morendo. Y luego viene este Scherzo que se ha hecho célebre -se toca muchas veces como propina- por su carácter bélico y agresivo en ¾. Por su inteligente manera de ser machacón, es una música que una vez escuchada, no se olvida jamás. El Allegretto final muere en silencio: un final triunfante no cabía, bajo las circunstancias. La versión del pianista y del cuarteto fue modélica: esta vez fue Abel Tomás que asumió el rol de primarius y la sonoridad en estricto piano en tesituras altas que sobrevoló al conjunto produjo momentos de auténtica magia. Volodin tocó con la partitura delante, pero colocada sobre el atril del piano cerrado para permitir el mejor contacto visual con las cuerdas. Esto seguramente fue otro motivo por la extraordinaria coordinación que hubo en todo momento. Durante casi toda la obra, el piano toca apenas dos voces, una sola nota con la mano derecha, otra con la izquierda, de manera que en rigor estamos frente a un sexteto, y fue admirable como el pianista se integró con las demás voces, sin asumir en ningún caso un protagonismo que, evidentemente, no se justifica en esta obra.
Habíamos asistido a un concierto de gran calidad. El público así lo demostró con prolongados aplausos, agradeciendo las vivencias que esta música tan vitalista deja en el oyente. Estoy seguro que este programa tendrá mucho éxito en la gira por capitales europeas que estos jóvenes músicos están llevando a cabo.
JUAN KRAKENBERGER
20/05/2009